T. 3 | Ep. 25- El clóset de la Santa Muerte
“Por eso a nuestra Catrina le tenemos muchos vestidos y pelucas. Tiene un guardarropa mejor que cualquier actriz de cine. Ella es reina y yo su guardiana”
El culto a la Muerte se ha extendido en el imaginario social de distintas regiones de América Latina. Algunos le llaman San Muerte (Argentina), Muerte (Colombia), o Santa Muerte (México). Es en este último país que el culto se muestra versátil, amplio e incluyente, con características que lo hacen único. Los creyentes reinventan el tiempo social en torno a la imagen de la Santa Muerte. Conscientes de las amenazas del entorno, la violencia, inseguridad e incertidumbre que anulan su seguridad ontológica y su cotidianidad, buscan refugio en un culto que les provee una supuesta seguridad en el presente (aquí y ahora) y desplaza el futuro como un horizonte lejano. Durante mucho tiempo se creyó que sólo aquellos que viven al límite de su vida profesan tal creencia: policías, narcotraficantes, prostitutas, delincuentes. Pero el culto es transversal a distintos grupos sociales y niveles socioeconómicos quienes ahora lo muestran públicamente. Pero,
¿por que necesitamos una representación visual de la muerte?
El conocimiento, la cultura colectiva, la realidad compartida y los sujetos son y se comportan de manera eminentemente simbólica, en tanto se expresan de manera figurada. Dicho con otras palabras, los sujetos y los grupos emplean mediaciones para hacerse inteligibles. Visto así, todo acceso a la realidad humana está mediado por algo, sea el lenguaje o sea una imagen. De hecho, la comprensión del entorno circundante nunca es literal o directa, ya que los seres humanos han de apoyarse o utilizar diferentes mediaciones para comprender la realidad. Los símbolos serían por tanto mediaciones que les permiten conectar o poner en sintonía el interior de la conciencia humana y el exterior de la realidad en sí. El ser humano necesita estas mediaciones, palabras, imágenes, símbolos para poder comprender el mundo que habita y comunicarse en él. Gracias a estos diversos artefactos semióticos y comunicativos puede relacionarse con el mundo e interactuar con los demás sujetos y grupos. Así, por ejemplo, mediante una palabra, una exclamación, un gesto, un ícono o una creación artística el hombre puede comunicar un sentimiento, una emoción o una vivencia de la realidad. La muerte en sí misma tiene un carácter intemporal y metafísico, pero deja siempre un cadáver actual y real.
Como lo hablamos en el episodio sobre el luto, el romanticismo se entregaba con pasión a contemplar las representaciones simbólicas del amor y la muerte. Si bien la noche era la escenografía adecuada para las imágenes románticas, el cadáver constituía el elemento emblemático por excelencia. Se transformó en un icono de la sensibilidad romántica. De hecho, cuando alguien moría, la foto del cadáver era el “souvenir” del funeral. La configuración de la estética de lo trágico en los hechos de la vida cotidiana afirmaba que era mucho más interesante poder sentir y expresar las pasiones, en lugar de sublimarlas en el arte.
De allí la generalización, en el siglo XIX, de grandes y funestos amores y suicidios trágicos. Gustave Flaubert anunció que la gran síntesis de la sensibilidad romántica se encuentra en la teoría del placer inseparable del dolor y de la belleza atormentada y contaminada. El descubrimiento del horror como fuente de deleite y de belleza terminó por actuar sobre el mismo concepto de belleza, y lo horrendo pasó a ser, en lugar de una categoría de lo bello, uno de los elementos propios de la belleza. De lo bellamente horrendo se pasó a lo horrendamente bello. Ahora,
¿como pasamos de la representación de la muerte a su culto?
La historia de La Santa Muerte puede rastrearse de tiempo atrás y desde diversas vertientes: prehispánica, afroantillana, magia-brujería, etcétera. En la época prehispánica, la Santa Muerte tuvo una connotación particular. Era el símbolo que liberaba a los guerreros en la batalla y a las madres en el parto. Los sacrificios tenían un doble sentido: el hombre accedía al mundo del proceso creador y por la otra alimentaba la vida cósmica y social, que se nutría de la primera. Con el catolicismo se transformó la noción sobre este tema. La vida y muerte pasaron de ser un sentimiento colectivo como en los aztecas, a una noción individual. Los hombres ya estaban condenados de antemano (pecado original) pero podían salvarse si el arrepentimiento llegaba antes de la muerte. El culto a La Santa Muerte procede de un sincretismo entre ambas cosmogonías. Ambas reúnen la idea de que la muerte no es el fin del mundo, sino una nueva vida que no se desarrollará aquí. Junto a esta noción aparece la representación de que con la muerte se justifica la vida. Pero este culto no se hizo explícito en el lenguaje hasta el siglo XX. Es cierto que trae de sí todo un sentido de la historia y cultura del mexicano, mas no fue hasta este momento en que el culto apareció como un todo organizado, un sistema de creencias y rituales que establecieron membresía entre los que la profesaban. Según cuentan los santeros y curanderos del mercado Sonora, en Ciudad de México…
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